Última colonización de Alfredo de Rodt: Familia Isleña

Las islas del archipiélago fueron convirtiéndose en presidio flotante, de escaso interés. Arrendatarios tomaban posesión, pero luego y por diversos motivos la abandonaban, fracasando la empresa y la colonización. En 1878 fue arrendada nuevamente por tres hombres, Juan Francisco Toro, Álvaro Bianchi y un teniente de apellido Pérez, pero al año siguiente la isla estaba en completo deterioro, al menos la principal en vistas de Oscar Viel, capitán de la Chacabuco, que dio cuenta de la existencia de 37 pobladores, de los cuales 7 eran mujeres y 10 niños, alejado esto por completo de las cláusulas de arriendo.

Barón de RodtEl Erario de Chile, echando de ver que los escudos del arriendo de Juan Fernández no veían jamás a henchir ni el más pequeño recodo de su gaveta, resolvióse a poner las dos islas a pregón (decreto de marzo 15 de 1877), y el 6 de abril próximo adjudicándose aquéllas al actual colonizador don Alfredo de Rodt, por la suma de dos mil quinientos peso que era el quíntuple del nunca pagado canon antiguo. (Vicuña Mackena, 2010, p. 532)

De esta forma, llegaría el autodenominado Barón, más tarde catalogado por él mismo como el “Último Robinson”, para situarse en la isla Más a Tierra, la cual ha sido de las tres del archipiélago, la más importante en relación a la cantidad de habitantes.

Nacido en el año 1843, vendría de la ciudad de Berna en Suiza, bajo la crianza de una noble familia. Le gustaron, siendo joven, las armas y la milicia, pero por sobre todo la aventura y fue así como llegó al Nuevo Mundo:

En 1876 llegó von Rodt a Valparaíso, según registro del consulado suizo en ese puerto. Los primeros meses de 1877 vivió en la hacienda Las Canteras y se encontraba de paseo en el recientemente inaugurado hotel de Viña del Mar, cuando supo por la prensa porteña que ponían en arriendo las islas que habían hecho célebre a Robinson Crusoe. (De Val, 2004, p. 144).

articles-100515_thumbnail

 

 

 

Luego de la noticia viaja a la isla en su plan de ser el segundo Robinson y vuelve a Valparaíso decidido a regresar al territorio aislado con una embarcación en su plan de empresa. Luego se instalaría como último colonizador en el año 1877, por la suma estimada más arriba, concretando el sueño de llegar hasta Sudamérica, pasando en un primer momento por Brasil y posteriormente a Chile.

Contando con los recursos no poco cuantiosos de su familia en Suiza, los de su pensión de inválido austriaco, y más que todo esto, con su carácter en que la afición innata a las aventuras y la melancolía de los tempranos desengaños hacen alianza, resolviendo en el acto a no dejarse arrebatar por otros aquel sitio que amaba sin conocer en el cual soñaba desde entonces ver deslizarse el resto de su romántica vida.(Vicuña Mackenna, 2010, p. 537)

Así, asoma en la isla un pequeño barco de tres palos, el Charles Edwars, que serviría de transporte para el continente con los productos que ideaba explotar, cuyo primer exponente consistía en las pieles finas de lobos marinos (Arctosephalus phillippi), especialmente extraídas de la isla Más a Fuera, hoy Alejandro Selkirk, por la inmensa cantidad que existía allí en ese entonces y la enorme fama que tenían, aprovechando de éstas durante más de un siglo los barcos balleneros norteamericanos.

A su llegada, se encontraban ya 64 isleños, 29 hombres, 13 mujeres y 22 niños, quienes según la antropóloga Julia Monleón (De Val, 2004) desarrollarían actividades agropecuarias e instaurarían dinámicas de la vida campesina por su origen rural. Estos colonos eran los abandonados del ex gobernador López y von Rodt traería consigo a otros 10 colonos, con especialidad general en la pesca y la madera. Sin embargo algunos de los antiguos colonos decidieron marcharse de la isla junto a López, dejando éste la menor cantidad de cosas, para hacer partir de cero al suizo.

claudio-gay-litografia-presidio-isla-juan-fernandez-12362-MLC20059027814_032014-F

Le costó levantar la empresa, pues a pesar de haber comenzado muy bien con la caza de lobos, el Charles Edwars se hunde un año más tarde a su llegada frente a las costas porteñas, provocando graves pérdidas. Sin embargo, aún convencido del éxito, decidió invertir todo su dinero y bienes, administrados en Berna, para continuar en sus planes, comprando nuevamente una embarcación, más grande aún, contribuyendo de paso al decaimiento de su situación financiera.

En Julio de 1879 la colonia agrícola de la isla aumentó a 102 pobladores, en octubre de ese mismo año a 141; y un año más tarde (censo del 31 de octubre de 1880), tras la desaparición y recuento en el ganado de la isla, resultaron 147 colonos, siendo de éstos la mitad niños. (Vicuña Mackena, 2010, p. 540)

En 1880 comienza explotar la madera en la generación de carbón vegetal, utilizando los atributos del bosque endémico, y posteriormente visualiza la idea de generar conservas de langostas para exportarlas hasta Europa, aprovechando su influencia con dicho continente.

En 1892 instala en la isla la primera fábrica de conservas de langostas. El negocio pareció próspero, pues la goleta Luisa partió con 320 tarros de conservas. Nuevos pescadores llegaron debido a esta empresa, que en cinco años envasó 118.500 langostas en 240 tarros. Más tarde se instalaron otras fábricas sin el éxito esperado, y pocos años después se abandonó en la isla la fabricación de langostas. (De Val, 2004, p. 145).

Ya terminado el siglo XIX, el Gobierno de Chile declara a las islas como Colonia e instaura la población en San Juan Bautista, que comprende el mismo espacio físico utilizado por la comunidad actual y “la concesión de sitios para los pescadores, a cargo del inspector de Colonización Alfred von Rodt, cuyo apellido fue hispanizado a ”De Rodt” (De Val, 2004, p. 146), desarrollándose un pueblo isleño, cimentado hasta la actualidad, originario de los apellidos que acompañaron esta idea de colonización en el Pacífico.

Al comenzar 1905, la colonia de Juan Fernández comprendía 122 personas, que formaban 22 familias. Por nacionalidades había 13 jefes de familia chilenos, dos italianos, dos alemanes, un portugués, un inglés, un francés, un ruso y un suizo. Habían 41 casas, una escuela y un correo. (De Val: 2004, p.146).

De esta forma, lentamente se va cimentando una comunidad fuertemente aislada desde sus inicios con el continente chileno, en un territorio insular que se impone a unos setecientos kilómetros de mar adentro y en donde se va generando una identidad inmensamente ligada al entorno y a la filiación sanguínea, dando como producto las reconocidas prácticas que caracterizan muy bien a los isleños en el lenguaje y la simbolización de su memoria colectiva.

Nuestra “historia”, el recuerdo que se instaura a cada momento del presente, es lo que ha marcado nuestra capacidad por reconocernos como comunidad, por reconocernos como isleña o isleño, por ser poseedores de vivencias comunes, historias de vidas comunes perpetuadas por generaciones. Este habitar común, no es la que proviene del descubrimiento en 1574 en adelante, sino la de los apellidos que se repiten hoy, provenientes de la última colonización, a partir de de Rodt, que es la más constante de todos los poblamientos en Juan Fernández.

Esta primera oleada de personas a Juan Fernández, trajo consigo la inserción de pequeñas familias colonas, todas con individuos de diversa procedencia, europea y chilena, con la cual se fue conformando la población isleña en un paulatino sincretismo que se fue forjando en el sector de la actual Bahía Cumberland, en el pueblo de San Juan Bautista.