Previo a la estadía de Selkirk y durante la misma, un sinfín de piratas y corsarios hicieron de las islas de Juan Fernández un verdadero nido, donde se preveían de lo necesario para seguir el rumbo en el pacífico, un verdadero punto estratégico para el abastecimiento.
Es larga la lista de corsarios, piratas y filibusteros que en el siglo XVII y primera mitad del XVIII llegaron a las islas de Juan Fernández. Entresacando nombres podemos recordar a los casi legendarios Dampier, Sharp, Davis, Strong, Rogers, Shevoke y otros. Estos corsarios y filibusteros penetraron en el Pacífico sobre todo después que Morgan conquistara Panamá en 1670 y convirtieron a las islas en paradero obligado, antes de continuar a las costas y puertos del reino de Chile y del Perú. (Orellana, 1975, p. 14).
Entre los nombrados Sharp y Dampier , el último, jefe de expedición pirática, fueron quienes dejaron en la isla a cuatro marineros y un negro entre los bosques, los cuales luego Selkirk reemplazaría haciendo un cambio, ellos rescatados por el Cinque Port y él instalándose en la isla por cuenta propia; a su vez Rogers fue quien rescató a Selkirk. Sin embargo de todos los piratas y corsarios de aquella época, uno fue especialmente importante para la historia del archipiélago debido a la importancia geográfica que le atribuyó al territorio y por la valiente travesía que lo llevó a estar varios meses en la isla fortaleciendo a su tripulación luego de un largo viaje desde Europa en la mira de barcos españoles. Éste fue el inglés y corsario Georje Anson.
En verano de 1738, no más de 40 años del rescate de Selkirk, se desata la tercera guerra del siglo y la más popular, entre Gran Bretaña y España, denominada “Guerra de los mercaderes”. Debido al acontecer que se estaba viviendo, por mandato, se ordenó atacar posesiones españolas para quitar un poco de las riquezas de esta nación y conforme a todo lo acordado bajo órdenes de la corte inglesa se decidió invadir el Pacífico. “Ordenó alistar en Portsmouth una escuadra poderosa destinada al Pacífico, la cual confióse al capitán Jorge Anson , marino de crédito i que a la sazón se hallaba de crucero al mando del famoso navío el Centurión”(Vicuña Mackena, 2010, p. 138)
De esta forma y debido a lo tremendo del viaje, en los primeros meses de 1740, morían treinta tripulantes del Centurión por los problemas del agua en mal estado y falta de comida, habiendo muchos enfermos en el barco. En mayo ya la cifra notificaba a ochenta muertos, quedando la tripulación de Anson bajo un estado crítico. Pero fue en los primeros días de junio que el inglés, como uno de los cuatro oficiales sobreviviente de los cincuenta que originalmente había, pueden ver un peñasco solitario rodeado de nubes, era la tierra de aquel hereje piloto llamado Juan Fernández.
Acontecía esta aventura de salvación el 10 de junio de 1740, i la derrota del Cabo de Hornos que es de días con vientos favorables, habíanse tardado aquellos infelices cinco meses, porque a fin de orientarse, perdida la guía de la brújula en las tormentas, el Centurión se había acercado a las Costas de Chile a fines de mayo (Vicuña Mackena, 2010, p. 143).
Y para mayor suerte de Anson y su tripulación, había llegado a la isla sólo cuatro días después de que se marchara un asentamiento español, los cuales le hacían guardia en el caso que llegara. Motivado más por el interés económico que político se habían marchado, pensando que en tanta demora de Anson, se habrían muerto en el trayecto con igual suerte a su compatriotas. Fue así que el virrey que estaba en la isla hace seis meses, Villagarcía, se marchó un día seis de junio con un gran barco al mando de José Segurola hacia Perú, con el que hubiese dado muerte segura a la enferma y escasa tripulación británica.
Ante esta enorme suerte, la moribunda tripulación se acercó hasta la bahía de la principal de las isla de Juan Fernández con enorme felicidad y a duras penas. Allí Anson bautizó a la bahía como Cumberland. “Fue el comodoro Anson quien dió el nombre de Bahía Cumberland al lugar que arribó, denominación que aún se conserva a pesar de los esfuerzos de los españoles por llamarla San Juan Bautista”(Orellana, 1975, p. 14)
Estaban mal, muy enfermos producto del escorbuto en su mayoría, se arrastraban y no tenían fuerza ni para calar el ancla, sus rostros seguro se veían desfigurados. En frente de la isla, con todo para seguir en vida, murieron 12 marineros.
Junto al Centurión llegó en los últimos días de junio el Glovcester, tardando en recalar al puerto debido a su escasa tripulación que había muerto casi por completo, sólo había tres hombres aptos para la maniobra, dentro de los cuales se encontraba el capitán, pero de igual manera estaban todos enfermos y exhaustos.
Fue de esta forma que poco a poco los marineros recobraron su fuerza para partir, luego de haber permanecido “en ella 7 meses, con el fin de obtener el restablecimiento de sus hombres, muchos de ellos enfermos de escorbuto” (Orellana, 1975, p. 14). Luego de ello, Anson lograba el prestigioso título de Lord, producto de la fama y la riqueza que encontró luego de marcharse de la isla que le salvó la vida:
Desde allí, i más feliz que su predecesor en la soledad, el aventajado capitán británico dispuso con admirable calma i previsión todos sus aprestos de aventura, i cuando en los primeros días de septiembre estuvo listo, lanzóse sobre los desapercibidos puertos y barcos españoles que, no sospechando siquiera su presencia después de las seguridades de Segurola, habían vuelto a su habitual carrera; por manera que haciendo fáciles su aduana que contenía millón i medio de pesos en sederías, i después de haber asolado el comercio del Perú entre el Callao i Panamá, i entre Panamá i Acapulco, fue a tomar a cañonazos el galeón de este puerto a la altura de Manila , (20 de junio de 1743), con un cargamento que solo en pastas i en dinero contenía 35 mil onzas de oro, i 1.813,843 pesos en moneda sellada, Ejecutando esto, regresó en triunfo a Inglaterra el 15 de junio de 1744, después de una sin igual campaña de desventuras i de éxito que había durado, como el Sir Francis Drake, tres años y nueve meses. (Vicuña Mackena, 2010, p. 147).
Sir Francis Drake
Posterior al Lord, los españoles partirían a la vela rumbo a Juan Fernández el 4 de diciembre de 1742, en dos barcos con 30 cañones y 350 hombres desde Guayaquil, “La estada prolongada y tranquila del comodoro inglés demostró al Gobierno de España la necesidad de ocuparla no sólo con colonias sino que militarmente”. (Orellana, 1975, p. 14)
De los barcos, uno iba comandado por Ulloa y el otro por Jorge Juan. De esta navegación llegan el 7 de enero de 1743, encontrando los restos de la estancia de Anson. Así procedieron a tomar posesión de la isla para resguardarla en pos de la corona española, rebautizando a la bahía esta vez como San Juan Bautista.
La historia de salvación de Anson despertó interés geográfico por sobre la isla, más aún para los españoles que la querían como tierra para ellos, pues estratégicamente no le favorecía que se convirtiera en el centro de la piratería del pacífico, hecho por el cual muchas veces habían perdido importantes riquezas, como les ocurrió con Lord Anson, quien utilizó la isla para recuperarse y posteriormente volverse rico dándole prestigio a Gran Bretaña. Ahora Juan Fernández recobraba un interés especial más allá del aceite de lobo.
Lord Anson